
Cualquier coincidencia con la vida real, es mero parecido.
A aquél que encuentre mi cuerpo inerte y lleno de sangre, quiero pedirle que no me adjetive injustamente. Amo la vida, pero tengo que acabar con ella porque mi mente está mal. ¿Y cómo disfrutar la vida cuando la percepción no está en facultades óptimas?
Este es mi vergonzoso secreto: Soy esquizofrénica. Veo y escucho cosas desde hace un año,
Lo recuerdo muy bien cómo empezó este calvario. Iba yo caminando por la calle, llorando desconsolada, cuando vi por primera vez a ese hombre. No sé qué me llamó la atención, pero lo miré y el me miró, y se dio cuenta de que lo estaba mirando, y de que estaba llorando, y yo me di cuenta de que él se dio cuenta de que lo estaba mirando y de que estaba llorando. Y se acercó. Y ahí comenzó mi padecimiento psiquiátrico.
Él, muy caballeroso me ofreció su pañuelo para secarme las lágrimas. Yo lo acepté y de inmediato sentí un jalón que hizo que el pañuelo regresara a su bolsillo, dejando mis lágrimas sin enjugar. Él pareció no darse cuenta, por lo que fingí que yo tampoco. Después se acercó. Yo temblaba con la emoción de ese primer acercamiento cauteloso. Se acercó más y más hasta tocar mi rostro. Mi respiración aumentó su vigor y, Dios mío, vi que sacó una moneda de mi oreja. Y luego otra y luego otra. Empecé a preocuparme. Era la segunda alucinación que tenía en tan sólo un minuto.
Durante nuestro noviazgo, él me aceptaba tal cual era. No sé cuantas veces se habrá dado cuenta de mi penosa situación, pero aún así me pidió matrimonio.
Me sentí muy afortunada de contar con él a pesar de que los dos sabíamos que yo tenía un problema grave.
El día de mi boda iba yo preciosa, con mi vestido blanco impecable, pero mi mente me traicionaba con sensaciones inverosímiles. Sentía como si... no sé cómo explicarlo, como si fuera montada en un elefante. Sé que suena raro, pero es difícil describir las sensaciones cuando una no está en su juicio.
Después, durante la ceremonia, justo cuando yo debía decir “Sí, acepto”, vi cómo de mi ramo de novia salió un chorro de agua, justo hacia mi cara. ¡De veras lo vi! ¿y lo sentí! Así que en vez de decir “Sí, acepto”, dije “Grldí, agrlddreptdrlo”, y me sentía empapada. Pero él me veía como si nada. El parecía disfrutar el momento. Se veía muy, muy feliz.
Cuando el padre pidió el lazo, vi como si él sacara serpentinas de su boca durante tres minutos y luego las pusiera en nuestros cuellos.
Volteé a ver a una de las madrinas para ver si ella también lo había visto, y ella estaba de lo más normal, sólo que parada en unos zancos.
Me da mucha vergüenza narrar mi siguiente alucinación, pero ya qué más da, si cuando alguien lea esta carta, yo ya estaré muerta.
Para darme las arras y el anillo, tuve otra alucinación. Vi que metió su mano a su pelo y de ahí sacó una maleta enorme, y de ella sacó una no tan enorme, y de ella una mediana, y de ella una chica, y de ella una más chica y otra más chica y otra, hasta sacar una cajita en donde estaban el anillo y las arras. Desgraciadamente no las conservo, debido a otra terrible alucinación. Fue a media noche, cuando iba a empezar el conjunto musical. Comencé a escuchar la música, pero en lugar de ver cantando a una chica con pantalones negros tan apretados que le desbordaran las lonjas por arriba, maquillada como mujer fatal con el pelo atado en lo alto y una cola de caballo evidentemente postiza, acompañada por dos hombres con bigote sufriendo el tener que tocar uno el bajo eléctrico y otro un pianito electrónico, como en todas las bodas, lo que vi fue un león brincando a través de un círculo de fuego. ¿Qué simbolismo habrá tenido esa alucinación? Pensé que quizá me habrían puesto alguna droga en las gelatinas de naranja en forma de pierna de pollo que sirvieron de postre. Pero ¿para qué me engaño? No hay más droga que mi cerebro aturdido de locura.
Total que cuando vi al león, del susto solté las arras y el león se las comió, como si fueran de chocolate.
Después partimos el pastel y vi que se lo aventó en la cara a uno de los invitados. Pero evidentemente fue otra alucinación, porque el hombre no se enojó. Al contrario, se reía muchísimo.
La boda no fue lo peor. Lo peor es mi vida cotidiana. Yo intento llevar una vida normal, con las actividades de cualquier ama de casa, a pesar de mi enfermedad.
Todas las mañanas me pongo a barrer y empieza mi infierno. En el recogedor, no veo más que confeti.
Cuando camino por el pasillo, tropiezo constantemente con objetos que mi cerebro hace parecer pelotas de colores. Estoy desesperada.
Un día que iba a tender la ropa vi que mi tendedero se había convertido en una especie de columpio, pero muy incómodo. Lo peor es que hasta la fecha lo veo así.
Y todo el tiempo me pasan cosas raras. Cuando prendo un cigarro, me explota. Cuando llueve y abro mi paraguas, me caen encima conejos vivos. Cuando escribo, la pluma escupe chisguetes de tinta. ¡Ya no puedo ni cocinar! Mis ollas están tan abolladas como si alguien las hubiera usado como instrumento musical. Cuando abro el refri, oigo una chicharra.
Pero lo que más me preocupa y el verdadero motivo por el que he decidido quitarme la vida, es que... ya sufro la violencia intrafamiliar.
De la nada empiezan los golpes. Me dice que mire su reloj, y cuando lo hago me golpea en la cara con él. O me pide que me siente y cuando lo hago me quita la silla. Y lo de ayer fue tremendo. Sacó un garrote como de metro y medio y me empezó a corretear alrededor de la mesa. Me resigné. Pensé que en el fondo él tenía razón de estar harto de tener a una demente por esposa. Me quedé quieta y aluciné que él seguía corriendo en círculos.
Después tomó una botella ¡y me la estrelló en la cabeza! Pero fue muy extraño porque no me dolió y quedó hecha añicos. Ya hasta mis reflejos están mal. ¿Para qué vivir?
Creo que después se arrepintió, porque empezó a llorar de una manera... Sus lágrimas subían como dos fuentes que acabaron por empapar el suelo. El caminó por el piso mojado y parecía que estaba patinando. Pobre. El susto que se ha de haber llevado al caer con las piernas completamente abiertas. Ya le había pasado una vez, cuando decidió poner como tapete de entrada una cáscara de plátano.
Sus actitudes me confunden. A veces pienso que todavía me quiere. Como hoy, que me tomó entre sus brazos y me llevó lentamente a la cama, me cubrió y yo empecé a llorar de la emoción. Después de todo es mi marido y me gusta seguirle gustando y que me siga deseando, a pesar de mi esquizofrenia.
El problema fue que en vez de acariciarme, me cortó a la mitad. De veras. Yo veía que mis pies se movían, pero no los traía puestos.
Me pareció el colmo de los insultos y le exigí, ya llorando, que me los volviera a poner.
Pero no puedo seguir así.
Adiós, pues a mi vida. Sé que mi alma se sentirá libre y por fin podrá percibir las cosas tal como son.
Llegó el momento de tomar la pistola, colocarla en mi sien y tirar del gatillo.
Me lleva la chingada. Disparé y salió una banderita que dice ¡Bang!
1 comentario:
esta buenisimo este tambien!!!, super chido. daniel.
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