Mis abuelos también tuvieron sexo.

Corto, inconexo y local, pero con amor. Ese amor que llega cuando uno está enfermo.


Por mecanismos que algunos mamamos, nos es incómodo y hasta perverso pensar en la vida sexual de nuestros padres. ¿Y qué tal en la de nuestros abuelos? Lanzo la pregunta porque no sé cuál es la manera que la supervivencia nos ha resuelto para pensar en eso.

De niña lo pensé alguna vez y al notar que mis abuelos dormían en camas separadas, dejé la idea por la paz. Sin embargo ayer regresó a hacerme cosquillas placenteras.

Doy algo del contexto: estoy convaleciente. Llevo 5 días así después de una operación de apendicitis.
Presenté un cuadro clínico raro, por lo que estuve con mucho dolor durante 2 días y medio sin un diagnóstico claro. Tuvieron que tocarme la panza tres doctores. Y digo tocar, no como se toca a una flor, sino como se toca una marimba. Tocar para hacer sonar.

Mi abuelo fue médico gastroenterólogo. Decía que por el sonido se sabía la enfermedad. Así, sin análisis, tal vez con una o dos preguntas.

¡Qué manos las de mi abuelo! Las recuerdo en imagen y temperatura.
Siempre que hay algún enfermo, toda la familia lamenta más su ausencia.

Esta vez se trataba de hacer lo que mi abuelo mejor sabía, que era encontrar mi enfermedad al tocarme la panza. Era inevitable no invocarlo.
Se me aguan los ojos al pensar que posiblemente él intervino en mi operación.

Y ayer por fin, el hombre del alma libre, del no prejuicio, de la lengua suelta, con el que vivo enamorada*, tuvo el acierto de decir: “Qué feliz ha de haber sido tu abuela. Imagínate, unas manos que te tocan y saben qué tienes adentro”.

Qué alivio sentí. Mi abuela, siempre enferma, también sintió placer.

Al ser vertical el tiempo y partiendo de que todo está sucediendo a la vez, deseo que mi abuela esté sintiendo el cielo en las manos de mi abuelo.

Enero 13, 2006.

*Ya no vivo con él. Todavía no puedo escribir sobre eso porque si lo intento, dejo de respirar.