He visto cómo en un año todo se ha derrumbado apresuradamente. No hablo sólo de mi vida, hablo del país, del mundo. Prometo no hablar de política, pero yo estoy segura que no es la edad ni un despertar de mi conciencia. Es que todo se está desmoronando porque a nadie le importa el otro.
No es verdad que uno puede estar mejor al hacer tal o cual cosa, si el otro no está mejor.
No es verdad que hay que celebrar la muerte de un narcotraficante. No es verdad que somos un mejor país si quitamos a los ambulantes, que tienen su razón de ser. No es verdad que es deseable que los jitomates sean perfectamente redondos, iguales y rojísimos.
Pensaba estas cosas cuando La Chinampa llegó a mi vida.
Una red de libres productores agrícolas de Xochimilco (lugar que demuestra que los seres humanos podemos transformar nuestro entorno de una manera productiva) que promueve el consumo responsable y el respeto a la Tierra.
No podré comprarles siempre, porque es caro. Adecuadamente caro, pero ese día tuve y pedí un paquete.
En la fecha acordada llegó David, me entregó una hermosa bolsa para el mandado (mandado, je) con todas mis hierbas, mi miel y mi masa, deseándome que las disfrutara. Yo la recibí con la sonrisa con la que se recibe la noticia de la llegada al mundo de un bebé deseado en una familia querida.
¿Por dónde empezar? No puedo esperar hasta lavar toda esta belleza, que todavía trae tierra mojada. Pruebo la miel y siento que me convierto en flor.
Llega la divina masa a mis manos. Empiezo a amasar, a manosear, a sentirla, a olerla. Imito los movimientos de las mujeres que he visto hacer tortillas y logro mi primera creación. Un triángulo de orillas ondeadas, grueso como un nopal. Algo anda mal.
Siempre que cocino algo por primera vez hago contacto con mi abuela, que murió cuando yo tenía 14 años y amablemente me da pistas, pero esta vez tuve que recurrir a mi bisabuela Febriona (abuela de mi abuelo), India Otomí.
Sentí que me decía que para que no se pegara, mis palmas debían cubrirse polvo como resultado de haber amasado lo suficiente; que me parara bien cimentada en la Tierra, sin recargarme, porque las tortillas se hacen desde el útero.
Me paré firmemente sintiendo la activación de mi poder, pero por más que amasaba, mis palmas estaban desnudas de masa. ¿Por qué? Es que estás muy blancucha.
Entonces le pedí al maíz que me echara la mano y sentí su indicación. Moví la masa un poco hacia arriba, más hacia los dedos y después de fallar tres veces, al fin: mi primera tortilla con aspecto de tortilla.
La puse en el comal y la escuché regocijarse. Pshhhhh, dijo.
Le di la vuelta. Se infló como la criatura viva que es. Le di las gracias y me la comí sintiéndome una diosa.
Antes de que llegara la noche, lavé y desinfecté cilantro, perejil y espinacas de la chinampa.
Amaneció.
Van a dar las 8. es demasiado temprano para mí pero no aguanto las ganas de desayunar. No por hambre, por placer.
Espinaca y perejil de la chinampa con huevo y queso y unas tortillas que me quedaron mejor que ayer.
Gracias.

2 comentarios:
Cuando vi el título del post pensé que era una queja de algo, que bueno que me equivoqué.
Cuando era pequeña mi abuela plantaba en el patio pequeñas parcelas de tomate, cebolla, lechuga, zanahoria, rabano y no recuerdo cuanta cosa más, de ahí que siempre me ha gustado la verdura fresquesita y si es recien sacada de la tierra mejor! Por lo de las tortillas no te apures no hace falta más que tener practica para ser buena tortillera, jajaja, con todo y albur! Besos reina!
acá David también te da las gracias...saludos
Publicar un comentario