Qué placentero y largo viaje hizo mi cerebro en los tres segundos eternos que duró mi silencio antes de articular palabra.
Al fin lo encontré. ¿Qué querrá a cambio? ¿Mi alma, mi cuerpo, mi voz? ¿Me alcanzará? ¿Qué consecuencias traerá a largo plazo? ¿valdrá la pena? ¿Valdrá la pena la pena?
-Te doy una prueba, sin compromiso.-
En eso, llegaron a la palma de mi mano dos mosquitos de esos que vuelan sobre la fruta y se empezaron a aparear, ahí... en mi mano. Los miré, mis ojos se abrieron mucho. Miré al diablo. Le sonreí. No necesitaba más pruebas. Me interesaba. Claro que me interesaba.
Los mosquitos seguían en lo suyo. Mi mano inmóvil para no molestarlos, mis ojos abiertos y mi sonrisa en pausa.
-Amiga, ¿me estás oyendo?-
-Sí, perdón.-
-¿Te gusta el pastel imposible? Yo los hago. Cuestan 30.-
Corrí a los enamorados de mi palma y dije muy triste...
-No, muchas gracias.-
3 comentarios:
que rico pensa en imposibles, a mi me da un panico encontrarme a un vendedor de ellos y no saber que pedir!!
quiz´la paz mundial como miss simpatia!
besos!
Noooo... hay que pedir peritas de anís y ya.
Publicar un comentario