sábado, abril 14, 2007

De día o de noche, hueledenoche.

Hay días en que funciono a la inversa que los zorrillos o los pulpos. Funciono más bien como una hueledenoche, aunque sea de día.
Me pasa cuando camino despacito, como me enseñó Anatoli. Cuando lo hago, atraigo experiencias felices o al menos divertidas; y si traigo las botas por fuera de los jeans, aumenta la intensidad.

Si voy deprisa y cuidando lo que traigo en la mano, es seguro que los comentarios que atraigo serán cortos, rudos o incluso sólo sonidos ceceantes. Pero si voy lento, mirando mi alrededor, sintiendo cómo vuela mi pelo y cómo la cadera reposa de lado a lado en cada paso, los comentarios llegan suaves, leeeentos, a veces monosílabos pero laaaargos, y acompañados de una sonrisa.

La maestría de ser una hueledenoche a cualquier hora, está en alterar la circunstancia elemental. Ahí donde en lo primero que uno piensa es en pasar rápido y sin mirar... ahí, ahí hay que bajar la velocidad y mirar hasta con la espalda.

Yo creo que al hacer esto se detiene el tiempo, o quizá hasta se regresa, porque las palabras que tocan son de gentilhombre antiguo. De señor con sombrero que camina por la alameda. De caballero que invita una “soda” en la nevería.
En cambio, al apresurarme, pasa el tiempo por delante, o como es realmente, y los paseos se agrisan.

Lento, que no llevo prisa. Abierta, que no hay peligro. Atenta, que no quiero perder ningún detalle.

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