domingo, septiembre 30, 2007

Las batallas en el puberto.*

Uno de los libros que más he gozado en mi vida es “Las Batallas en el Desierto”. Tiene un poco de muchas cosas que me deleitan. Tiene vívidos recorridos por una Ciudad de México que ya no existe y que nos dan además de imágenes claras, una afligida atmósfera política; tiene profundas reflexiones infantiles, descripciones claras de la clase media con raras aspiraciones, anglicismos escritos tal cual suenan en español como jotdogs, evidencias de que el tiempo es una mera ilusión, amor precoz, y esa mala costumbre de llamar puta a una mujer como si, en primer lugar, ser puta fuera lo peor del mundo y en segundo, como si la infidelidad del hombre implicara prostitución en la mujer. Voyeurismo, denuncia, y sobre todo esa sensación que todos tenemos de niños, que cuando crecemos sabemos que se llama excitación, pero que en el momento no lo comprendemos.


Desafortunadamente no tengo mi libro a la mano, porque me encantaría citar algunas frases maravillosas, pero está mi cabecita y mi cuerpo, que recuerdan lo que han sentido las muchas veces que lo han leído.
Hoy lo traigo a colación por algo que me pasó ayer durante la fiesta que sucedió como final del show de burlesque.

Las veces que me he desnudado en escena han siempre dado pie a que la gente se me acerque ya que estoy vestida. Pero a que se acerque mucho, como si por haberme desnudado estuviera obligada a repartir besos a quien los pida. Y como sí me gusta eso de la besadera, cuando alguno no se atreve y de pronto me ve besando mujeres al por mayor, supone que debe reclamar su dosis de labios.
Esto frecuentemente me molesta, pero ayer hubo dos aspirantes a ser besados que me fascinaron el cerebro y que me hicieron recordar a Carlos y a Mariana. (Si no mal recuerdo, Carlos tenía ocho años y Mariana, treinta.)

Cerca de los doce años y con el valor de decirme...-Estás tan bonita...Eres la más linda de aquí...¿No buscas novio?...¿Sabes dar besos?...¿Me puedes enseñar a dar un beso?-
Yo recuerdo la importancia que a su edad tenía, ya no digamos un beso; una mirada, atravesando los ojos, o la boca, o alguna zona en particular de la piel de una persona por la que se siente ese deseo que asalta y no pregunta las primeras veces.
Entendí la responsabilidad del acto y compartí a cada uno un pequeño beso en sus susceptibles labios. -Órale. Sabes a sandía.- , dijo uno mientras las hormonas se le desbordaban por los ojos, brillantes por el embeleso que la adrenalina los hacía padecer.
Bailé con ellos y se aventuraron a bailar con más chicas. Se tomaban de las manos entre los dos con fuerza con tal de no dejarme escapar de en medio. Tan fuerte que hasta puedo asegurar que comenzaron a disfrutar uno la piel del otro.
-¿Nos enseñas a dar besos de lengüita?- Mi ética me invitaba a hacerlo, pero mi moral me dijo que no, y les dije que si lo hacía me podían meter a la cárcel. –Pues allá adentro y no le decimos a nadie.-
No lo hice, pero puedo suponer dónde estuvo su mano durante la noche y me pregunto cómo platicarán su primer beso dentro de treinta años.

4 comentarios:

el Intra: dijo...

Esos Carlos, Mariana, siempre te recordarán.
Qué bueno leerte más seguido.

Anónimo dijo...

¡arriba la romita!
¡arriba el burlesque libre!
¡arriba ladelcabaret!

TQM

PD- Se reparan Niños Dios todos rotos

el Intra: dijo...

En mis "ciudades desiertas"

Unknown dijo...

Indudablemente serás recordada por generaciones. Eres única!
Bexos