Hoy tuve en mis manos durante horas cientos de cartas originales que una mujer enamorada escribió a su amado bailarín ausente mientras ella entraba y se sumergía para siempre en un estado de locura.
No puedo evitar encontrar frases que también he sentido, y al ver su caligrafía desquiciada decidí escribir con papel y pluma, aunque quizá mañana lo capture en la compu.
Pude leer el punto máximo de la desesperación por buscarlo y no encontrarlo. Pude leer su desgraciadísima certeza de ser para él y para nadie más. Qué mierda de sensación es esa. Es una muerte que ya viví.
Ella enloqueció. Yo decidí hacerlo sólo por momentos en los que me meto para cubrirme de alguna pared que se derrumba cuando paso. En el próximo presentimiento de locura voy a abrazarla. Voy a decirle que la entiendo, que yo también sufro la música, que yo también tengo un fantasma de los momentos más hermosos de mi vida que hoy parece el fantasma de sí mismo. Un fantasmita que no quiere la belleza deslumbrante y opulenta de un amor de esos grandes grandes grandes y verdaderos verdaderos verdaderos.
No transcribo más porque ella así lo pide en su locura.
No es fácil creer que nuestros ausentes no nos sientan, si no dejan de estar en nuestro pensamiento ni tres minutos. Pero los ausentes son una raza incomprensible, quizá imaginaria, que creen que pueden darte a probar lo más sublime, cuando por cierto buscas y anhelas únicamente eso, convirtiéndose en tu más fuerte pauta espiritual y luego hacerse los desentendidos.
Tengo mucho frío. Ya aprendí a dormir con frío. Ya me quiero ir a dormir con el frío porque mi escondite hoy se me cae encima de nuevo.
Tengo ganas de lavarme las manos antes de acostarme para no llevarme a dormir las cenizas de un dolor que cada mañana, de por sí, tengo que sacudirle a mi cama.
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