jueves, diciembre 18, 2008

¿Dónde estás, Felipe Montero?

Aprovecho que traen la moda de Fuentes.

Estás frente a tu computadora. Escuchas un ruido que viene de la bolsa de plástico que está junto a la mesa. Inmediatamente piensas que es un insecto que quedó atrapado y la abres. Te das cuenta de que el sonido lo produjo una tira de lentejuelas negras que estaba hasta arriba de la bolsa y que resbaló poco a poco al desenrollarse por la fuerza de gravedad.
Acomodas el contenido para que no vuelva a ocurrir. Al incorporarte ves el hermoso color anaranjado de la pequeña mesa irregular y lamentas que tenga tantas cosas encima. Dudas si debes poner un poco de orden, pero la duda termina pronto. Justo cuando el tucutú del Messenger te llama.
Adivinarás quién está del otro lado de la pantalla sólo con leer esa frase extraña que puso en vez de su nombre. “Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir”.

Le dices que te diga cómo está. Jamás dice que está bien pero te cuenta momentos que se adivinan maravillosos. Te narra encuentros extraordinarios, instantes envidiables, pero jamás te dice que está bien.

No sabes cuánto tiempo has pasado leyendo el relato virtual y sientes la necesidad de oír esa canción. La única canción que puede acompañar lo que estás sintiendo. Al buscar el ícono donde la tienes guardada, te percatas de la hora que marca la pantalla. Lamentas no poder continuar esa delicia de diálogo y sin poder escuchar la canción, te despides, apagas la computadora y te dispones a salir.

Tomas tu llavero nuevo y como cada vez que lo haces, te preguntas en dónde estarán las llaves viejas. Sabes que están dentro de tu casa, porque de no haberlas metido, llevarías una semana afuera.

Al salir y echar el último vistazo al interior de tu departamento, miras el cadáver descuartizado de lo que en otro tiempo fuera tu sillón. No necesitas más de 5 segundos para recordar todo el placer y todo el dolor que sentiste en él y te preguntas en qué momento lo destruiste. Quizá en el mismo momento en que decidiste perder tus llaves. El mismo en que decidiste comprar esa mesa anaranjada para engañarte pensando que ella se encargaría de cambiar tu entorno. El mismo en el que empezaste a dejar las cosas guardadas en bolsas para no verlas y no recordar, como si eso fuera posible.

Cierras la puerta y mientras caminas por el pasillo que te lleva a la calle piensas que pese a todos los momentos maravillosos, los encuentros extraordinarios y los instantes envidiables que vives últimamente, no estás bien.

Pasarás todo el día cantando la canción que no pudiste escuchar y evocando al Felipe Montero que todos llevamos dentro. Te preguntarás cuándo será que, como él, te sentirás en el lugar adecuado, en el momento adecuado, aunque no sea verdad.

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